sábado, 17 de septiembre de 2016

Diccionario Mitológico B



BA­CANALES
Fi­es­tas orgiás­ti­cas noc­tur­nas que se cel­ebra­ban en Gre­cia y Ro­ma en hon­or del dios Ba­co. Fueron in­tro­duci­das en Ro­ma a través de la Magna Gre­cia y de Etruria. Tenían lu­gar du­rante tres días al año.
Al prin­ci­pio, par­tic­ipa­ban só­lo las mu­jeres; de­spués, fueron ad­mi­ti­dos tam­bién los hom­bres. Las ba­canales de­gener­aron en fi­es­tas orgiás­ti­cas en las que pre­dom­ina­ba el lib­erti­na­je y la fe­ro­ci­dad. Una in­ves­ti­gación ll­eva­da a cabo por el cón­sul Pos­tu­mio Al­bi­no en el año 136 a. de C. ter­minó con el ar­resto y pro­ce­so de cer­ca de si­ete mil adic­tos a di­cho cul­to; gran parte de el­los, re­os de var­ios deli­tos, fueron ajus­ti­ci­ados. A con­se­cuen­cia de es­to se sus­pendieron tales fi­es­tas.
En las ba­canales se in­spi­raron con fre­cuen­cia las artes fig­ura­ti­vas; son real­mente no­ta­bles las pin­turas de Tiziano, Car­rac­ci y Poussin.

BA­CANTES BALIO
El nom­bre deri­va del ver­bo lati­no bac­cha­ri, («hon­rar a Ba­co»). Las Ba­cantes forma­ban parte del séquito del dios Ba­co jun­to con los Faunos y los Sátiros, y lo acom­pañaron en la con­quista de la In­dia. Tam­bién se las llamó Mé­nadas, Evi­adas o Tíades. Du­rante las pro­ce­siones y los ri­tos báquicos, dan­za­ban y cor­rían a su alrede­dor des­greñadas, vesti­das con pieles de cabras o de fieras, con la cabeza coro­na­da de hiedra o de pám­panos, en­tre el clam­or en­sor­de­ce­dor de los tam­bores y las flau­tas, ag­itan­do en las manos an­tor­chas y tir­sos (ba­stones con pám­panos y hiedra en­tre­laza­dos).

BA­CO
Ba­co
Nom­bre lati­no del dios griego Dion­iso.

BALIO
Ca­bal­lo de Aquiles (véase Jan­to).

BAR­BA­TUS
Una de las nu­merosas di­vinidades menores de la mi­tología ro­mana prim­iti­va. Pro­tegía a los ado­les­centes, fa­cil­itan­do el crec­imien­to del vel­lo en sus mejil­las. Lo in­vo­ca­ban, pues, al afeitarse por primera vez.

BAU­CIS
En los mi­tos grie­gos se re­cuer­da a la pare­ja for­ma­da por Filemón y Bau­cis, fieles es­posos fri­gios que, con el per­miso de Zeus, pudieron morir jun­tos.

BELERO­FONTE
Hi­jo de Glau­co, rey de Cor­in­to, de­scen­di­ente de Eo­lo y ni­eto de Sísi­fo. Su nom­bre era Hipónoo, pero según cuen­ta una leyen­da pos­te­ri­or, tomó el nom­bre de Belero­fonte de­spués de haber mata­do in­vol­un­tari­amente en una cac­ería a su her­mano Beleros. Tal vez, ese deli­to le im­pul­só a refu­gia­rse en Tir­in­to, donde el rey Pre­to lo acogió con benev­olen­cia. La mu­jer de este, a la que Home­ro lla­ma An­tea y los trági­cos Es­tenebea, se en­am­oró per­di­da­mente de él, pero Belero­fonte no quiso ac­ced­er a los re­quer­im­ien­tos de An­tea, y fue acu­sa­do in­jus­ta­mente ante el rey de haber in­ten­ta­do se­ducir­la. Pre­to creyó la acusación y para ven­garse en­vió a Belero­fonte a la corte de su sue­gro Yó­bates, rey de Li­cia, con el en­car­go de en­tre­gar­le una tablil­la sel­la­da, en la que cifrada­mente pedía al rey li­cio que diese muerte al por­ta­dor del men­saje. El in­cau­to Belero­fonte obe­de­ció y par­tió mon­ta­do en su ca­bal­lo al­ado Pe­ga­so, naci­do de Po­sei­dón y de la san­gre de la Medusa, de­cap­ita­da por Perseo. Yó­bates le tendió una em­bosca­da, pero Belero­fonte mató uno tras otro a los sicar­ios li­cios que el rey había man­da­do con­tra él. Sor­pren­di­do de tan­to val­or y tan in­ven­ci­ble heroís­mo, Yó­bates de­sis­tió de sus malévo­los in­ten­tos y le dio por es­posa a su propia hi­ja, Filónome, de­signán­do­lo co­mo suce­sor suyo en el trono de Li­cia.
Según Home­ro, el fin de Belero­fonte fue triste y soli­tario. En­emis­ta­do con los dios­es, comen­zó a an­dar er­rante evi­tan­do el con­tac­to con los hom­bres.
Para Pín­daro, en cam­bio, se atra­jo la ira de Zeus porque, im­pul­sa­do por un lo­co orgul­lo, in­ten­tó es­calar el Olimpo mon­ta­do en su ca­bal­lo Pe­ga­so. El rey de los dios­es, que siem­pre es­ta­ba vig­ilante, lo vio as­cen­der por las nubes y le en­vió un pe­queño tábano, que picó a Pe­ga­so en los riñones. El ca­bal­lo se en­cabritó y em­pezó a dar vi­olen­tas sacu­di­das, der­riban­do de es­ta man­era a su jinete. Lisi­ado y ciego de­spués de la caí­da, Belero­fonte vivió to­davía un­os años de mis­eria y de amar­ga an­cian­idad. Pe­ga­so, al verse li­bre, se elevó has­ta el cielo, donde quedó in­mor­tal­iza­do en for­ma de con­stelación.

BE­LO
Hi­jo de Po­sei­dón y de Li­bia, de­scen­di­ente, por tan­to, de Zeus por línea ma­ter­na. Reinó en Egip­to y tu­vo dos hi­jos de su es­posa An­quí­noe, una de las hi­jas del Ni­lo: Egip­to y Dá­nao.

BE­LONA
Diosa ro­mana de la guer­ra, em­parenta­da con Marte, tal vez de ori­gen sabi­no. Se la llam­aba tam­bién Du­elona. En cumplim­ien­to de un vo­to he­cho por Apio Clau­dio Ce­co en el año 296 a. de C. du­rante las guer­ras sam­ni­tas, se le dedicó un tem­plo en el Cam­po de Marte, jun­to al que el sac­er­dote, ca­da vez que se declara­ba la guer­ra, re­al­iz­aba el ri­to sim­bóli­co de ar­ro­jar una lan­za en­san­grenta­da en el in­te­ri­or del recin­to, que fig­ura­ba ser el ter­ri­to­rio en­emi­go. Se con­sid­er­aba a Be­lona una di­vinidad in­sep­ara­ble de Marte y fue iden­ti­fi­ca­da con la dei­dad gr­ie­ga Enyo.

BEO­CIA
Una de las re­giones más fér­tiles y ri­cas de la Gre­cia an­tigua. Situ­ada al norte de Áti­ca, en el­la nacieron Hes­ío­do y Pín­daro; no ob­stante, se con­sid­er­aba a sus habi­tantes tor­pes y cor­tos de in­ge­nio. Se la llamó Beo­cia en re­cuer­do del rey Neoto, que reinó en es­ta región tras haber hereda­do el trono de su abue­lo mater­no Eo­lo. En el­la tienen su asien­to al­gunos de los montes más céle­bres de la mi­tología gr­ie­ga, el Par­na­so, el Citerón y el He­licón, y por el­la dis­cur­ren tam­bién las aguas de las famosas y míti­cas fuentes Hipocre­ne y Aganipe.

BIANTE
La his­to­ria re­conoce en él a uno de los Si­ete Sabios de la an­tigua Gre­cia, naci­do en Jo­nia en el siglo VI a. de C. La mi­tología lo con­sid­era hi­jo de Ami­taón y her­mano de Melam­po. Se casó con Pero, hi­ja de Neleo, y tu­vo tres hi­jos (Areo, Leodoco y Tálao), que par­tic­iparon en la ex­pe­di­ción de los Arg­onau­tas.

BI­EN­AVEN­TU­RA­DOS, IS­LA DE LOS
Según Hes­ío­do, era el lu­gar donde des­cans­aban en per­pet­ua paz los que du­rante su vi­da habían si­do gratos a Zeus; al pare­cer, se en­con­tra­ba en el con­fín oc­ci­den­tal del mun­do cono­ci­do.

BITÓN
Hi­jo de la sac­er­do­ti­sa Cídipe de Ar­gos. Jun­to a su her­mano Cleo­bis so­portó la fati­ga de trans­portar el car­ro de su madre du­rante una pro­ce­sión en hon­or de Hera, porque falta­ban los bueyes nece­sar­ios para ar­ras­trar el ve­hícu­lo. Cídipe pidió a Hera que rec­om­pen­sase a sus hi­jos el es­fuer­zo por rendirle hom­ena­je. Hera hi­zo que los dos her­manos se dur­miesen para no des­per­tar nun­ca más.

BONA DEA
Di­vinidad ro­mana, con­sid­er­ada es­posa de Fauno. Dei­dad benévola, dota­da del poder de la adiv­inación, cuya in­ter­ven­ción fa­vor­able hacía pros­per­ar los fru­tos de la tier­ra. Una fi­es­ta es­pe­cial es­ta­ba ded­ica­da a Bona Dea, que tenía un tem­plo en el Aventi­no, donde se le rendía cul­to. Du­rante la noche del tres al cu­atro de di­ciem­bre, las mu­jeres —los hom­bres habían si­do ter­mi­nan­te­mente ex­clu­idos— honra­ban a la diosa en casa del cón­sul y del pre­tor con ri­tos y sac­ri­fi­cios. Las vestales er­an ad­mi­ti­das en dichas cer­emo­nias.

BÓREAS
Vien­to muy temi­do y re­speta­do, hi­jo de As­treo, uno de los Ti­tanes, y de la Au­ro­ra. Pro­cedía del Norte y con su so­plo podía con­mover la su­per­fi­cie de la tier­ra e im­pedir la nave­gación. Una leyen­da an­tigua nar­ra que Bóreas rap­tó a Oritía, hi­ja de Erecteo, a oril­las del Il­iso. De su unión nacieron los dos Boréadas, Calais y Zetes, que in­ter­vinieron en la his­to­ria de los Arg­onau­tas.

BRI­AREO
Gi­gante míti­co, con cin­cuen­ta cabezas y cien manos, hi­jo de la Tier­ra y del Cielo. Rel­ega­do a los In­fier­nos, jun­to con sus dos her­manos, Co­to y Giges, por su padre, que temía que es­tos con su fuerza pud­iesen ar­rebatar­le el do­minio del uni­ver­so, fue lib­er­ado por Zeus, a quien ayudó más tarde efi­caz­mente en la lucha con­tra los Ti­tanes. Le prestó otro ser­vi­cio, rev­elán­dole que Hera, su es­posa, es­ta­ba tratan­do de sub­le­var a to­dos los dios­es con­tra él.
Al pare­cer, sim­boliz­aba la fuerza del mar, por lo que, a ve­ces, se le con­sid­er­aba tam­bién hi­jo de Po­sei­dón. A los tres her­manos se les llam­aba Heca­ton­quiros o Cen­tí­manos.

BRI­SEI­DA
Bri­sei­da
Bel­lísi­ma joven de Li­neo, con­ver­ti­da en es­cla­va por los aque­os du­rante una de sus ex­pe­di­ciones con­tra las ciu­dades cer­canas a Troya. Fue asig­na­da a Aquiles, pero cuan­do Aga­menón se vio obli­ga­do, para aplacar a Apo­lo, a resti­tuir a su es­cla­va Cri­sei­da, este la reclamó para sí. To­do es­to fue la causa de que Aquiles se re­ti­rase in­dig­na­do de la guer­ra, con graves con­se­cuen­cias para la suerte de los aque­os. Sin em­bar­go, más tarde Bri­sei­da fue de­vuelta a Aquiles.
Además de Home­ro, tam­bién los po­et­as lati­nos Ovidio, Prop­er­cio, Ho­ra­cio y Esta­cio can­taron su belleza.

BRONTES
Uno de los Cí­clopes. Per­son­ifi­cación del trueno que jun­to con Es­téropes y Arges era una ev­idente rep­re­sentación de los fenó­menos pro­duci­dos por la elec­tri­ci­dad de la at­mós­fera. En su memo­ria se llamó Bron­teión en el teatro griego y lati­no al mecan­is­mo que im­ita­ba el rui­do del trueno.

BU­TASTE
Di­vinidad egip­cia, sím­bo­lo del fuego. Se la con­sid­er­aba hi­ja de Isis y Osiris.

BUTES

Hi­jo del vien­to Bóreas, fue ex­pul­sa­do de Tra­cia por su her­mano Li­cur­go, rey de aque­lla región. Refu­gia­do en Tesalia, du­rante una fi­es­ta en hon­or de Dion­iso rap­tó a una muchacha lla­ma­da Corónide, a la que obligó a casarse con él y con quien más tarde ten­dría a Hipo­damía. Para cas­ti­gar­lo, el dios le hi­zo en­lo­que­cer, aten­di­en­do los rue­gos de Corónide.Hi­jo de Teleonte y Zeux­ipe, hi­ja de Erí­dano. Héroe que tomó parte en la ex­pe­di­ción de los Arg­onau­tas. Era sac­er­dote de Ate­nea y a él se re­mon­ta el ori­gen de la cas­ta sac­er­do­tal lla­ma­da pre­cisa­mente de los Bu­tadas. En la Acrópo­lis se hal­la­ba un al­tar ded­ica­do a él, con pare­des dec­oradas con her­mosas pin­turas.Rey sícu­lo que se unió en mat­ri­mo­nio con Afrodi­ta y tu­vo por hi­jo a Er­ix.